
Lo que por siglos se nos fue negado
Por: Verónica Denisse Estrada Calzada
Me hablaron de Octavio Paz, jamás de Elena Garro.
Me hablaron de Ricardo Guerra, jamás de Rosario Castellanos.
Me hablaron de Gabriel García Márquez, jamás de Isabel Allende.
Me hablaron de Pablo Neruda, jamás de Gabriela Mistral.
Me hablaron de Mario Vargas Llosa, jamás de Silvana Ocampo.
¿Por qué nadie nunca las mencionó cuando estaba en la escuela? ¿Cómo podemos llamar historia, ciencia, cultura o literatura, a aquellas narrativas que han invisibilizado a más de la mitad de la humanidad?
Dijo Virginia Woolf: “a lo largo de la historia, anónimo era mujer”, asimismo señaló: “escribid, mujeres, escribid, que durante siglos se nos fue negado”, porque hubo mujeres que durante décadas tuvieron que usar pseudónimos masculinos para que sus textos no fueran destruidos, porque hubo otras tantas que tuvieron que ocultar su talento detrás de un “anónimo” para que otros pudieran leerlas, y porque hubo, y hay muchas otras que son obligadas individual y colectivamente a dejar en un rincón su arte, su escritura, sus convicciones y sus pensamientos para que sus parejas puedan salir al mundo a ganar Premios Nobel, a fundar empresas, a estudiar postgrados y a preocuparse por cumplir cualquier sueño que no incluya alguna labor doméstica o de cuidado, porque esas ya se nos asignaron inherente y coercitivamente a nosotras. Así que no, no es que seamos “menos buenas” o que “existan menos” mujeres en el deporte, en la ciencia, en la literatura, ni en ningún otro espacio, es que nuestro trabajo no remunerado ha sostenido históricamente al capital y a un sistema profunda y arraigadamente androcentrista.
Me dijeron que separara al autor de la obra, para no contarme que Octavio Paz quemaba los textos de la gran Elena Garro porque “se sentía opacado, ya que tenía más talento que él” y que durante todo su matrimonio le prohibió constantemente escribir, para no contarme del amor violento que Ricardo Guerra ejerció sobre Rosario Castellanos, para no contarme sobre las denuncias en contra de Juan José Arreola, para no contarme que Pablo Neruda abandonó por completo a Malva, su hija con hidrocefalia.
En la escuela no me hablaron de las escritoras, de las poetas, de las artistas o de las dramaturgas, me hablaron de cómo el mundo y las guerras fueron ganadas por grandes hombres, me enseñaron fotos de varones con bandas presidenciales. Por eso nosotras nos nombramos, por eso nos leemos, por eso nos escribimos, por eso hablamos de la poesía de Gabriela Mistral, de los cuentos de Silvana Ocampo, de “La casa de los espíritus” de Isabel Allende, de “El eterno femenino” de Rosario Castellanos y de “Los recuerdos del porvenir” de Elena Garro, por eso citamos a Celia Amorós cuando nos dijo que “las mujeres no somos huérfanas, tenemos genealogía”, una genealogía que nos acuerpa y nos empodera, que nos abraza y que al conocerla nos recuerda que existimos, que tenemos y que somos historia, lucha y resistencia. Por eso, “escribid, mujeres, escribid…”, porque la literatura cambia al mundo, porque existe revolución en la poesía, gritos anarquistas en la narrativa, ideales plasmados en movimientos sociales, y porque gracias a todas ellas, hoy escribo.